jueves, 23 de junio de 2011

BEETHOVEN Y LA VERDADERA FRATERNIDAD (9ª SINFONÍA; HIMNO DE LA ALEGRÍA)

Sergio: Anoche, al ver la película “Copiando a Beethoven”, un raudal de profunda emoción y reconocimiento me embargó por completo, particularmente en las escenas donde Beethoven estrena su Novena Sinfonía, con el Himno de la Alegría.

BeethovenEn la ficción, el compositor y director, ya prácticamente sordo, pudo dirigir la orquesta al unísono, gracias a su copista Anna, quien dentro de la orquesta, iba dirigiendo, mientras miraba a Beethoven para que éste supiera qué movimientos hacer en cada momento, para que al unísono la sinfonía sonara como lo hace.

También cautiva la manera en que un genio musical de su talla, como tantos otros que le precedieron, estaba encarnado en una personalidad tirana, déspota y escindida de la unidad, demostrándome cuán profunda ha sido hasta ahora la separación entre el Ser y el Humano.

Anoche, prácticamente no he dormido, porque los compases de la 9ª y los cánticos de alabanza de su Himno de la Alegría, no dejaron de sonar y cantar fuerte en mi interior; tanto, que me parecía estar dentro de un bello teatro de ópera.

Mientras las notas musicales corrían por mi interior, la emoción fluía más allá de las horas, por momentos en emociones encontradas de deleite, pero también por enojo por no poder dormir.

Esta mañana, con las consecuencias lógicas de no haber descansado en toda la noche, me levanté agotado antes de siquiera comenzar el día, pero la música de esa sinfonía había cesado en mi interior; en su lugar, rumoreaban otras composiciones de Beethoven.

Se me cruzó por la mente que él, tal vez, quisiera hablar conmigo. Así, que, con todo gusto y placer, le doy la bienvenida a don Ludwig van Beethoven.

Ludwig: Tranquilo, que no muerdo, a pesar del mal genio que desplegué en mi paso por la dimensión del olvido (la 3ª dimensión). Soy la esencia de quien en la experiencia terrenal tomó el cuerpo y nombre de Ludwig van Beethoven.

¡Qué tiempos aquellos! ¡Cuántas tribulaciones y desdichas! Pero también, ¡cuánta magnificencia volcada en la expresión más genuina y noble que tiene la Madre Conciencia para expresarse; LA MÚSICA!

Estoy al tanto que tú has recibido a otros compositores y genios que habitaron Tierra, pero yo te fui esquivo hasta ahora. No se trató de un ardid de la conciencia; tampoco de un capricho de mi parte. No; debía esperarte pacientemente. Esperarte a que maduraras tu conciencia; esperarte a que estuvieras encumbrado en tu interior, para poder comprender todo lo que ahora sí vengo a expresar a través de ti.

Eres un ser de una altamente sensibilidad y pureza que poco se ve en estos días por Tierra; en mis tiempos los hubo más, debo concluir.

Ser en un humano es algo que no hay con qué compararlo, nunca. Si bien es esencialmente una experiencia tremenda y arrasadora, también es cierto que posee momentos exquisitos que valen por todos los otros.

El ser humano, en realidad padece una escisión muy grande en sí mismo, escisión que lo lleva a buscar su constante deterioro y destrucción; es alguien que por lo general está en guerra consigo mismo casi hasta el final de sus días, y en ocasiones hasta la misma muerte.

Yo he sido un ejemplo clarísimo de lo que te comento. Un ser sin igual, lo reconozco de verdad, pero a la vez un humano despreciable en mis comportamientos, personalidad torturada y maltrato para con los demás.

Me refugié en mi genialidad musical, y tras ese velo dirigí mi entorno descuidadamente, siendo descuidado conmigo el primero. Así fue como mi cuerpo y mi psique no logró resistir y finalmente dejé Tierra, con el alivio de abandonar todo eso que me arrasó.

Pero el arrase estaba más puesto en mi relación con lo divino, que en mi relación con lo humano; en mi relación con el Ser (la conciencia), que en mi relación con lo humano (la inconsciencia).

Yo sentía en mi interior el impulso de volcar en el papel ese río, ese vómito de notas, constantemente; no tenía descanso alguno. Sabía que eso era lo que debía sacar de mí, darle sonido en las formas de figuras musicales, composiciones, movimientos y silencios.

Ah; los silencios, qué exquisitos elementos de la conciencia. Los silencios esconden el secreto de la unión entre ser y el humano; es en el silencio donde se esconde el sonido, ya que sin él no existiría. El silencio impone su presencia, siempre. Eso es lo que supe comprender a tiempo para terminar mi obra antes de dejar Tierra.

En aquél entonces, cuando tuve mi experiencia terrenal como Ludwig, entre finales del Siglo XVIII y las primeras décadas del Siglo XIX, Dios era la razón y motivo de todo en la vida. Dios te mangoneaba a su antojo; te daba y quitaba de la misma manera, brutalmente y sin avisarte. Dios era quien te moldeaba a su capricho. Tuve una lucha sin cuartel con él, desde mi temprana juventud y hasta mi muerte. Él era mi peor enemigo y a la vez a quien yo le dirigía mis obras celestiales.

Para aquel entonces, no había más cultura que la del Padre Todopoderoso; el Padre que no dejaba de respirar en tu nuca; en verdad una inmensa mierda. Me llevé pésimo con él y bendije el día de mi muerte, llena de dolor y en un estado de abandono total. La bendije porque me liberaba de su tiranía y de su marea de notas que nunca dejó de inundar mi cabeza.

Concluyo que la cultura a Dios ha sido el más terrible de los padecimientos humanos, ya que nunca él considera nada de lo humano, sólo busca su expansión, su reconocimiento y así, por los siglos de los siglos, amén. ¡Uf; qué tiranía!

Sin embargo siempre supe que había algo más, detrás de lo divino. Era algo que no lograba definir ni tampoco comprender, pero que me llevaba a estados musicales de éxtasis como nada más me lo dio en Tierra. La entrega del Ser, a través del humano que lo contiene.

Por esa sencilla verdad es que me entregué por completo a mi pasión, la Música del Cielo. Más allá de Dios, sentía que había una fuerza amorosa a quien le entregué mi creación; mi Ser, se expresó por medio de aquel humano sordo y déspota, golpeado emocionalmente por la vida, que finalmente en su sordera, en el silencio, supo escucharlo y volcar en sonidos lo que le cantaba de continuo en su interior.

La música nunca volvió a ser igual después de mi creación de la 9ª sinfonía. No lo fue, porque rompí con todos los convencionalismos musicales de la época; fui una bestia instintiva, expresándome en música, dejando un legado sin proponérmelo. La bestia a la que me refiero es aquella que se apoderó de mí, en mi sordera, la que me empujó a terminar la obra más impresionante que haya compuesto y dado vida (la fuerza vital de nuestro subconsciente).

Esa sinfonía, la última, es la que refleja mi mayor maduración como compositor, como escucha del Ser, como hombre encarnado en la dimensión del olvido. Me queda pendiente una cosa, la maduración y elevación de mi humano. Entonces, no pude conseguirlo por dos razones; una, porque el Ser fue más arrollador y se aprovechó de un humano que desconocía la verdad sobre la divinidad y el Amor. La otra, porque igual que ahora, entonces reinaba la separación entre el subconsciente y el consciente, entre el humano y el Ser.

Más allá de todo esto, no es menos cierto que mi ejemplo puede demostrar a cabalidad que a pesar de los impedimentos que se tengan, si uno es auténtico consigo mismo y se deja llevar por esa autenticidad y fuerza, puede concluir todo lo que su corazón clama por expresar.

Mi Himno de la Alegría, no es más que un reconocimiento precioso, profundo, visceral y a la vez exquisitamente divino de lo que es estar VIVO, de lo que significa existir en fraternidad en Tierra. Estar vivo, sentir la Vida, se siente en la panza (en las tripas). Es allí donde la Vida cobra valor en lo humano, porque es en la panza donde nos sentimos asociados a la Vida. Las tripas son la manifestación del alma, y eso no es posible acallarlo. Estás vivo cuando sientes allí el retortijón del beso, del placer de la comida, del encuentro con el ser amado, de las artes; todo te golpea en la panza, te golpea en la Vida.

Este Himno hace lo mismo, te sacude visceralmente; te sube, te baja; te deja en un ¡ay!, casi insostenible, para luego venir corriendo entre fugas y acordes magníficos, elevándote nuevamente a la dimensión del Ser, acompañado por ese humano que lo registra en sus sentidos, que lo siente ahí, en la panza. Miedo, dolor, angustia, placer, amor, todo se conjuga en las tripas; ahí es donde se asienta el poder humano, detrás del ombligo. Allí, donde se unió por primera vez a la materia, con su madre primero, con la Vida toda, al salir.

El leitmotiv (melodía o secuencia tonal corta y característica, recurrente a lo largo de una obra, sea cantada o instrumental) del Himno lo constituye un cántico de alabanza, en el que pude sentir que en algún momento los hombres y las mujeres volverían a ser hermanas y hermanos. Ese tiempo no ha llegado sino hasta ahora, tiempo en el que se están dando las tomas de consciencia que apoyan la vuelta de la Vida a la vida del humano. Se acerca la unión del Ser con el humano; ya no han de ir por separado, sino convertirse en una única expresión, sin competencias, luchas ni desatinos entre lo divino, el Ser, y lo humano, su expresión comunitaria en Tierra.

Tú, hermano mío, que me estás recibiendo, anoche sentiste en tu pureza esa unión; percibiste que los “hombres volverán a ser hermanos”; hermanos en unidad con la Vida, residiendo en ellos el Amor, la Verdad y la Vida, como hace tanto no sucede sobre la faz terrestre.

Yo lo viví en mi silencio obligado; lo sentí en los ríos de música que me dominaron ese tiempo en el que fui volcando en notas la música que golpeaba en mi corazón y en mi cabeza. Esos dos elementos son la unidad. El corazón, donde se asienta el Ser; la mente, donde se esconde el humano. Cuando se unen, se vuelven divinos en su gracia más pura y de esa unión nace lo más excelso que la Vida puede manifestar en Tierra.

Esa unidad es a la que le dediqué mi Novena Sinfonía, con su Himno de la Alegría. Himno que no deja de alabar la unidad por sobre todas las diferencias; la unidad sobre las creencias; la unidad sobre las apariencias; la unidad sobre la existencia efímera y sin sentido que el humano viene repitiendo una y otra, y otra vez.

Tú, querido hermano, conoces sus versos muy bien; te invito a que los vuelques en estas páginas para así dedicárselo a cada humano que busca encontrarse con su ser; en los versos que lo componen, está el cántico y la razón de una vida vertida en la Vida.

HIMNO DE LA ALEGRÍA; 9ª SINFONÍA DE BEETHOVEN (original)

¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos!
¡Entonemos otros más agradables y
llenos de alegría!
Alegría, alegría!
¡Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo!
¡Prorrumpamos ardientes de embriaguez,
¡Oh Celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos
que la rígida costumbre dividió;
y todos los hombres serán hermanos;
donde repose Tu suave ala.
[Solo de Cuarteto de voces y Coro]
Quienquiera que logre el gran éxito
de ser el amigo de un amigo.
Quien consiga una noble mujer,
¡que una su júbilo al nuestro!
¡Sí! También quien pueda reclamar un alma sola en toda la Tierra.
Pero quien jamás haya podido,
¡que se aparte llorando de nuestro grupo!
[Solo de Cuarteto y Coro]
Alegría beben todos los seres del pecho de la Naturaleza;
todos los buenos, todos los malvados,
siguen su rostro de rosas.
Ella nos dio los besos y las vides,
y un amigo probado hasta la muerte;
voluptuosidad les concedió a los gusanos
y el querubín está plantado ante Dios. ¡Ante Dios!

Solo de Tenor y Coro Masculino:
Felices como vuelan sus soles,
por la espléndida bóveda celeste,
corred, hermanos, vuestro camino,
alegres, como el héroe hacia la victoria.
[Coro]
Recibid un abrazo; ¡Millones!
¡Este beso para todo el mundo!
Hermanos, por sobre la bóveda estrellada,
debe vivir un Padre amoroso.
¿Os postráis, millones de seres?
Mundo, ¿presientes al Creador?
¡Buscadlo por encima de las estrellas!
¡Allí debe estar su morada!

[En el final, repite las estrofas]

Recibid un abrazo, ¡millones!

Este beso, ¡para todo el Planeta!

Hermanos, por encima del cielo estrellado

debe vivir un Padre amoroso.

Un abrazo, ¡millones!

Este beso, ¡para todo el Planeta!

Alegría, bella chispa divina,

hija del Elíseo;

Alegría, bella chispa divina

¡Chispa divina!

Sergio (al día siguiente): Bien, Ludwig; retomemos nuestra conversación, que presiento tienes aún mucho más por exudar de tu ser. Acabo de copiar la letra original, la que tú le imprimiste a tu Himno de la Alegría. Releyéndola, cantándola en mi corazón y mi cabeza, no puedo menos que llorar; tu música y tu letra, en esta sinfonía, a mí me abre puertas que no sabía que estaban allí. Lloro porque me siento bien enraizado en mi panza –usando tus términos- y a la vez, vuelo exquisitamente allá, por encima de las estrella, como finaliza el coro del la 9ª.

Dime, Ludwig, ¿qué expresas en estos versos tan sentidos?

Ludwig: Como sabes, esos versos no son totalmente míos, sino que me inspiré en un hombre probo de la cultura germana de la época, me refiero a von Schiller. Su extensa Oda a la Alegría me impactó profundamente a los comienzos de mis veintes años; sin embargo, ya en mi madurez, la consideré algo cursi y excesiva, ya que se cantaba con la música de la Marsellesa, con el nacimiento de la Revolución Francesa.

Sin embargo, realmente, había en su espíritu bellos versos que yo posteriormente modifiqué para conseguir los míos propios, los que me permitieron culminar mi novena sinfonía como lo hice. En verdad todo fue dándose progresivamente.

Yo estaba atravesando mis constantes vaivenes de mi genialidad con mi humanidad, esos encontronazos que tanto daño provocó a quienes me rodeaban entonces. ¡Cuánto lo lamento!

Yo era un hombre muy sensible y profundo en mí; lo sibarita, profano y popular, nunca me atrajo en mi composición. Pero no menos cierto es también que quise demostrar con mi música que podía hacerse algo totalmente diferente, totalmente novedoso, unificando lo divino con lo humano; exhortar a la unidad de todos con todo.

Los movimientos de la novena me llevaron a rematarla con la voz humana. Era lo que debía ser. La voz humana tiene algo que ningún instrumento musical creado por el hombre puede igualar; es el alma, aquello que nace del ser y brota por la garganta.

Aunque fui siempre un individualista y solitario, reconocía la importancia que tiene lo comunitario, incluso para un solitario como yo. Buscando liberarme de ese asilamiento que siempre me pesó, me volqué hacia la fraternidad humana. Es en ella donde tenía cabida mi existencia, porque al fin y al cabo, somos seres comunitarios y es esa comunidad, esa fraternidad la que expresé tan bellamente en esa obra que sé, cambió la historia de la música sinfónica para siempre.

Lo que yo estaba viviendo en aquellos momentos en que la estaba escribiendo, me llevó, casi sin quererlo, a colocar el estallido coral al final. El último movimiento me inspiró todo lo demás. Mi aporte estuvo en conseguir volcar a la música la idea de unidad, en un estallido genuino de alegría.

Si pones atención, sentirás que el primer movimiento impresiona y abruma; el scherzo (ejecución juguetona y graciosa) infunde vida; el adagio (ejecución con movimiento lento) y sus cánticos conducen a la plenitud, al éxtasis. El finale, en su exaltación, lleva al llanto profundo. Ese llanto va más allá de las lágrimas sentimentales; es el llanto del ser a través de su medio físico, de sus tripas corporales. Es cuando comulga uno y otro –el ser y el humano- para abrirse a la percepción de la unidad como individuo, como parte de una comunidad y como parte del mundo entero. La Naturaleza es, en sí misma la Novena Sinfonía de la Vida.

Mis versos unen lo celeste con lo terreno en un nivel de igualdad, reconociendo el lugar de cada uno y la guía celeste en la vida humana; la guía del ser en su manifestación terrestre. Ese ser, sin su expresión terrestre no podría conseguir nada. Es con su parte animal que se combina la exquisitez. Cuando el ser encarna en cuerpo de humano se convierte en ser-humano y esa unidad es la que reconozco en mis versos del final de la 9ª sinfonía.

A la vista del presente en el que tú estás experimentando esa unión de tu ser y tu humano, algunos de los pasajes de los solistas y del coro pueden sonarte machistas, y en verdad lo son. Entonces, cuando yo tuve mi experiencia humana, lo masculino era ley –cosa que no ha cambiado sustancialmente aún- y por eso me expresé como lo hice; la mujer no tenía aún el lugar que veo, tiene ahora en tu presente. Desde esta perspectiva, la hubiera equiparado con el varón.

Sigo siendo un convencido de que esa Unidad entre hermanos es alcanzable, que esa unidad con Naturaleza, es también posible e ineludible. Mi sinfonía abarca mucho más allá que al género humano; llega por encima de la bóveda celeste conocida; es un canto de hermandad universal.

Querido amigo, te dejo ya. Fueron días hermosos en los que realmente disfruté de tu compañía y conversación. A quienes lean estas palabras, les entrego los últimos versos del coral de mi sinfonía:

Alegría, bella chispa divina,

¡Chispa divina!

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-Bellísima escena de la película Copiando Beethoven, donde el compositor dirige al unísono la Orquesta, interpretando su 9ª Sinfonía en la Ópera de Viena, con la ayuda inestimable para dirigirla (ya que estaba casi sordo) de su copista mujer, Anna Holtz.

http://www.youtube.com/watch?v=BrK5yI_2cag

viernes, 17 de junio de 2011

LA CENIZA DE LA VOLCANA PUYEHUE: YO HE VENIDO A TRAER VIDA, A DARLE UNA VUELTA COMPLETA A SUS VIDAS MONÓTONAS Y SINSENTIDO

Ceniza: ¡Hola! ¡Soy la ceniza, la conciencia de la erupción piroclástica de la volcán Puyehue.

¡Qué bien que finalmente pueda tener un medio por el que expresarme! He venido con toda mi presencia a comentarles varias cosas que tienen que ver con lo que están viviendo en el campo, la ciudad, la montaña y la meseta donde habitan.

cenizas puyehueTú, mi querido canal, te has sensibilizado con esta situación tan particular que les afecta de igual manera tanto al campo, la montaña como la ciudad. La actividad volcánica con flujo piroclástico (la mezcla de gases y sólidos eyectada que forma las llamadas nubes piroclásticas o nubes ardientes) provoca lluvias de ceniza o grava a gran distancia del volcán, con la ayudada de los vientos.

Mi arena y cenizas están dando la vuelta al mundo, literalmente. Vuelos, actividades económicas regionales y mundiales, la vida en sus diferentes manifestaciones, se está viendo alterada, llamándole la atención al humano sensitivo que se da cuenta que hay algo más tras esta erupción piroclástica. En efecto, es así.

Voy a ceñirme particularmente al sector donde tú vives, querido canal humano, pero bien valen mis comentarios para cualquier otro sitio donde yo me asiente con mis cenizas, grava y arena.

Mi presencia tiene dos lecturas muy claras; una, es la sorpresa, la molestia, la tarea extra que conllevo. La otra, mucho más profunda y dinamizadora, y es la lectura que invito a tener más en cuenta, es que mi presencia advierte y moviliza el interior del ser.

Yo provengo de las profundidades de Tierra. Mi origen es magmático, y al ser expulsada fuera de las entrañas terrestres, llevo conmigo todo aquello que el inconsciente colectivo -de las conciencias asociadas a Tierra- guarda ocultamente a la vista del consciente (Igneón y yo podemos dar fe de ello, pues desde la primera erupción de la volcán, hemos enfrentado muchas cosas que estaban bien ocultas en el inconsciente colectivo de toda las conciencias asociadas a Tierra, de esta dimensión y de dimensiones superiores.)

Para el mundo humano, cada vez que pisan, respiran, ven, escuchan y perciben mi presencia en las cenizas y arena que intentan “borrar” de sus vidas –por las molestias que les produce- están contactándose con su propio inconsciente, aquel que guarda celosamente lo que no han querido resolver, lo que no han querido ver, escuchar, percibir ni sentir con respecto a lo que les bloquea la vida, en infinidad de aspectos.

Yo he venido a remover ese material depositado en lo profundo de ustedes, removerlo y echarlo fuera, para que se den la oportunidad de percibirlo y animarse a abrazarlo con el corazón.

Ese contenido molesto que se mete en todas partes –tanto las cenizas como lo proveniente del subconsciente- está ahí, con ustedes, para que lo amen. Sencillamente lo único que desea es que lo abracen con el corazón y lo reconozcan como propio, que le den un lugar, que dejen de ocultarlo, “limpiarlo” y dejarlo bien metidito en lo profundo de cada uno de ustedes.

Por eso, cuando andan por las calles, cuando están entrando en casa, no dejan de pasar cepillos al suelo, lienzos a los muebles y lavan todo rastro de ceniza y arena –desde techos hasta zapatos- cenizas y arena que les molestan tanto, porque les conectan con aquello que ya está maduro para ser reconocido y resuelto en ustedes, que proviene del propio interior, pero que, sin embargo, en lugar de hacerlo, gastan gran energía en erradicar, evitar, protestar en contra de esa ayuda que les trae la naturaleza para afrontar lo pendiente en ustedes, y esperan a que “algo” suceda y les quite la molestia de su presencia, sin haber visto ni valorar, lo que les está reflejando en ustedes mismos esta ceniza, esta inmensa ayuda que procede de las profundidades de la Tierra.

He venido ante ustedes por expreso pedido de Tierra; ella, en su inmenso amor, quiere que la acompañen seres humanos ligeros, emocionalmente más estables, mentalmente menos densos, físicamente más activos. Ella está pulsando una frecuencia de amor que hasta ahora no había expresado por sí misma ni por las conciencias que se asocian a ella –como la humana, por ejemplo- y debido a ese pulsar amoroso, toda la vida asociada a ella, -y en especial la humana, que es la máxima conciencia terrestre-, está siendo llamada a asociarse a su actual vibración.

Sol, con su energía dadora de vida para Tierra y sus habitantes, también está sintonizándose con el llamado del Amor, pulsando esa energía después de eones que no lo hacía; había olvidado cómo era pulsar en Amor.

Tierra, como uno de sus cuerpos celestes gravitando a su alrededor, ya se está asociando a esa energía, confiando en ella con genuino amor también.

Queda ahora que la vida en Tierra, las conciencias que están asociada a Tierra, también se esmeren en igualar, a su nivel, ese llamado que pulsa desde su interior, aquel que vibra una frecuencia ligera y liviana, tanto, que su contenido, expresado en mis cenizas, ha cubierto los cielos de prácticamente todo el mundo conocido. No hay vuelta atrás, no hay más esperas sinsentido.

Ha llegado el momento de comenzar a ver, a percibir, a sentir, la UNIDAD de la Vida. Esa Unidad ya pulsa desde el interior terrestre para todas las frecuencias de vida manifestada en Tierra.

Cada una y cada uno de ustedes que me está recibiendo en la lectura de este sentir que expreso, está resonando con esa Verdad, con la Unidad de la Vida que ahora se empieza a manifestar dentro de ustedes y alrededor de ustedes.

Cada erupción volcánica de tipo piroclástica con material suspendido en el aire, es una nueva oportunidad para dejar salir del propio interior aquello que ha estado allí esperando hasta que la presión fuera lo suficientemente grande como para eructarlo y así, traerlo al consciente, para ser abrazado como parte de sí mismo y reconocerlo; para ser recibido con los brazos abierto y así, simplemente, iniciar el proceso de su incorporación y liberación al propio proceso evolutivo del ser que está experimentándose en la vida de manifestación.

Siempre, y lo vuelvo a expresar: s i e m p r e, mis cenizas, arena, grava y piedra pómez, tienen un efecto sorprendente para la misma Vida. Primero, ¿qué hacer conmigo? ¿De qué manera me incorpora a ella misma? Desde el mental humano, soy un incordio, estoy recibiendo maldiciones a cada instante, se me desprecia y busca evitar; no dejo de ser una verdadera molestia. Pero también, para la misma Vida, soy necesaria porque traigo regeneración y renovación profundas.

Primero, al llegar a la superficie, detengo el pulso adormecido y monótono de la Vida. Luego, la Vida me incorpora de la mejor manera que puede; si no lo logra en todas sus facetas, entonces desecha lo que no puede incorporarse a mí, lo elimina. Pero luego, en un tiempo prudencial, esa misma Vida me abraza plenamente, porque lo que logró incorporar y abrazar de mí le da nuevas fuerzas, nuevos bríos, la renueva incuestionablemente.

Yo invito a cada quien que me está leyendo a hacer algo similar con mi presencia en sus propias vidas (esté cerca físicamente de ustedes o solo en conciencia). Tienen conmigo una oportunidad única que les otorga la mismísima Tierra, la oportunidad de fluir con la Vida, o la de rechazarla y hundirse en la propia lucha interna, aquella que nace de no querer abrazar lo que ya está listo para ser incorporado en el propio consciente.

Yo he venido a traer Vida, a darle una vuelta completa a sus vidas monótonas y sinsentido. Estoy aquí para ayudarles a renovarse, a vibrar con el nuevo pulsar que Tierra, Sol y la mismísima Madre Conciencia Creadora están sosteniendo para toda la manifestación: la UNIDAD de la VIDA.