viernes, 8 de julio de 2011

MARTÍN LUTERO KING (MARTIN LUTHER KING)

Sergio: Hola, Martin. Es un gusto para mí recibirte en este día. Un puñado de seres crísticos estamos recibiendo a personalidades de la vida humana que ya no están físicamente con nosotros, pero sí en nuestros corazones.

Tú, con tu activismo por los derechos humanos de los afroamericanos, has sido un puntal, junto a una deliciosa dama, la señora Rosa Parks. Ambos dieron una lección al mundo, muy próxima en el tiempo, a la que dio el indio Gandhi.

Cuéntanos, querido Martin, cómo fue tu vida desde el punto de vista del sentir, del corazón, aquel que te movió tan profundamente a generar cambios de conciencia en un pueblo dominado por el racismo, la segregación de color y religiosa. Adelante.

Luther KingMartin: Es para mí una oportunidad deliciosa la que me ofreces. Como sabes, mientras estuve encarnado en Tierra, fui un orador muy bueno y movilicé a todo el sur de una nación, entonces la más poderosa, para detener la segregación racial, cultural y religiosa.

Eran tiempos muy convulsos. La II Guerra acababa, con sus profundas consecuencias; en India, Gandhi daba un ejemplo de no violencia; mi país se enfrascaba en otra guerra fratricida: la de Vietnam. Pero también, de puertas adentro de mi país, las consecuencias de la guerra mundial dejaban entrever que las cosas no serían fáciles para la porción afroamericana de los estados Unidos. Ten en cuenta que proveníamos del pueblo esclavo que fue llevado a las plantaciones del sur, y hasta mis tiempos –mediados del Siglo XX- no se nos consideraba realmente libres.

A muchos podrá perecerles mentira, pero por entonces, un afroamericano no podía ir a una escuela con blancos, ni ir al cine, o a una fuente de soda donde hubiera blancos; tampoco viajar en un autobús con ellos. Los trabajos eran pagados con miseria y nuestra vida no valía absolutamente nada.

Eran tiempos del Ku Klux Klan (KKK), una organización que promovía la supremacía de la raza blanca, la xenofobia y el racismo. Con frecuencia, sus miembros utilizaban el terrorismo, la violencia y actos intimidatorios, como la quema de cruces, para oprimir a sus víctimas.

En ese caldo de cultivo, mi corazón me llevó a hacer todo lo que hice, todo lo que dije, todo lo que finalmente movilicé para que se estableciera la declaración de los derechos civiles en Estados Unidos. ¿Sabes cómo comenzó todo? Con un acto heroico, valiente y profundamente inspirador de una dama exquisita a la que llevo en mi corazón, la señora Rosa McCailey Parks.

Ella, cuando los afroamericanos debíamos viajar en la parte trasera de los autobuses, se negó a cederle su asiento a un hombre blanco. El conductor detuvo la unidad y la quiso obligar; ella se negó. Por ese acto, fue multada y encarcelada. Al salir, en conjunto, iniciamos un activismo muy intenso con el boicot pacífico a la empresa de transporte de Montgomery. Ese boicot duró poco más de un año; finalmente, la Justicia falló a favor del movimiento pacifista y declaró la finalización de la segregación en el transporte público. Era nuestro primer gran logro, con repercusión global.

Recuerdo tan bien aquel día en que nos abrazamos y lloramos por nuestra primera gran victoria, la que nuestros corazones nos impulsaban a ganar pacíficamente. Tras ese hito, y en lo sucesivo, me encarcelarían muchas veces, recibiría golpes y amenazas terribles, entre otros, de KKK. Finalmente acabaría mis días en Memphis, ejecutado por un hermano blanco.

Pero quiero reconocer al motor de mi corazón. Tuve la oportunidad de viajar a India, viaje que trasformó mi vida. Allí pude respirar y sentir el satyagraha, y desarrollar más claramente mi comprensión del principio de persuasión no violenta de Gandhi. A mi regreso a casa, determiné utilizar ese modo pacifista, como principal instrumento de protesta social.

Sergio: Pero, Martin; tu movimiento pacífico por los derechos también tuvo fuertes contras del propio pueblo afroamericano, particularmente de la facción musulmana. ¿Cómo resolviste ese asunto?

Martin: Debo decirte que era un hombre apasionado con mi sentir y con mis ideales de libertad. Viví toda mi infancia y adolescencia con el miedo y el desprecio al blanco. Todo mi pueblo lo vivía así. Cuando crecí, y ya en mi función de ministro baptista, entré en contacto con la verdadera situación. Nosotros mismos estábamos divididos por nuestras creencias, las cristianas –legadas por la nación americana- y las musulmanas –oriundas de África. A eso había que agregarle el temor a perder el precario empleo, a que se aprovecharan los blancos con su poderío sobre los afroamericanos.

A lo que quiero llegar es a que me entristecí muchísimo muchas veces; me entristecían esas divisiones internas hacia nosotros mismos como descendientes de color, y entre nosotros mismos como integrantes de una nación multirracial. Las minorías, en cualquier parte, siempre han sido objeto de rechazo, de mofa y de segregación de algún tipo.

Sin embargo, me levantaba más animado en mi corazón cuando los ojos de un niño de color me miraban en brazos de su madre o de la mano de un hermano mayor. Los abuelos con su ensortijado pelo blanco, con los ojos cansados del dolor vivido toda una vida. Todo eso me movilizó. Me movilizó a seguir hasta conseguir la declaración de derechos civiles, nuestra mayor conquista como nación, luego de la declaración de la Independencia y de la abolición de la esclavitud.

Poco antes de morir, recuerdo que la marcha de los pobres a Washington, que encabecé con todo mi corazón, me ayudó a madurar en mí aquellas palabras que fueron inspiradas por lo divino, me refiero a “I have a drem” –tengo un sueño- que aún hoy me emocionan profundamente. Fueron el canto de mi henchido corazón, que sintió la verdad de cada una de mis palabras y mi sentir de que eso es posible de conseguir.

Yo invito a cada lector de esta charla a que sueñe conmigo un sueño similar al mío, un sueño que sé compartido en cada corazón humano, incluso hasta el más cerrado. Es el sueño de una nación planetaria única, una nación estelar. Una nación que se presenta en un solo bloque, el que moviliza el corazón, el que le da sentido a la vida que se vive, y que nos permite, a todas y a todos, expresarnos genuinamente, enriqueciéndonos individual y grupalmente. He aquí mi sueño de entonces, que es el mismo, que siento y percibo en la humanidad actual. No lo dejen morir y hagan todo lo que esté de su parte para que se haga realidad. Recuerden que en la paz está la esperanza y la esperanza está en la paz.

TENGO UN SUEÑO

de Martin Luther King


Tengo un sueño,
un solo sueño,
seguir soñando.

Soñar con la libertad
soñar con la justicia
soñar con la igualdad
y ojalá ya no tuviera
necesidad de soñarlas.


Soñar a mis hijos
grandes sanos felices
volando con sus alas
sin olvidar nunca el nido.


Soñar con el amor
con amar y ser amado
dando todo sin medirlo
recibiendo todo sin pedirlo.

Soñar con la paz
en el mundo
en mi país
en mi mismo,
y quién sabe
cuál es más difícil
de alcanzar.


Soñar que mis cabellos
que ralean y se blanquean
no impiden que mi mente
y mi corazón
sigan jóvenes
y se animen
a la aventura,
sigan niños
y conserven la capacidad
de jugar.


Soñar
que tendré la fuerza,
la voluntad
y el coraje
para ayudar
a concretar mis sueños
en lugar de pedir por milagros
que no merecería.


Soñar
que cuando llegue al final
podré decir
que viví soñando
y que mi vida
fue un sueño soñado
en una larga
y plácida noche
de la eternidad.


Sergio: Martin, ni bien te sentía decir las últimas frases, sentí tu apasionamiento y la profundidad de tu convicción, de tu saber que eso es así de posible. No pude contenerme y lloro de alegría porque he sentido lo mismo que tú, muchas veces. Ahora, gracias a ti, vuelvo a sentirlo y me renuevo en mi propia esperanza y en mi propia capacidad de conseguirlo. ¡Gracias, Hermano!

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